Sunday, December 31, 2006

García Márquez, Gloria Gaitán y la izquierda latinoamericana

Desde Buenos Aires, 8 de abril de 2004

De García Márquez siempre me gustó la facilidad con que puede describir la situación más fatal como un simple evento en el acontecer nuestras vidas, y como puede hacer de cualquier cuentito de familia una novela que no te deja escapar. Y la frescura de su prosa siempre me dió mucho placer.

En las últimas vacaciones de soltero que tomé hace alrededor de 8 años en Chichiriviche con mis amigas Fá y Pá, me encontré una noche meciéndome en un chinchorro, sudando a chorros, mantando unos zancudos gigantescos y leyando “Doce cuentos peregrinos”. En su prólogo, García Márquez echa el cuento del origen de cada uno de los doce relatos, de una manera tan terrenal, pero tan sabrosa, que lo disfruté tanto o más que los cuentos en sí. Hablando de lo díficil que es el cuento como género literario, y en referencia al origen de algún cuento en particular, García Márquez nos escribe que de joven siempre quizo contar su funeral, una parranda muy alegres donde todos sus amigos van por la calle saludándose, bailando, cantando música caribeña y cargando su ataúd. Y él de repente se da cuenta que el muerto es él, que nadie le hace caso porque está dentro del ataúd. Y ahí, el García Márquez escribió una frase que a mi entender, es clave para entender al hombre García Márquez y a su obra: lo malo de morirse es que ya no se puede estar con los amigos.

Una tarde mediados de 2003, caminado por el pequeño aeropuerto de La Paz -a la espera de un vuelo que me llevaría de vuelta a Caracas después de una semana agotadora de entrevistas y muy buenas comidas- entré al único sitio abierto a esas horas: una librería, que mostraba en sus vidrieras los mismos repetidos títulos de todas las librerías de todos los aeropuertos del mundo: los manuales para que el un mortal cualquiera se convierta en el ejecutivo más exitoso en la historia del difícil mundo empresarial americano, los libros de auto-ayuda que sólo sirven para que los seres depresivos se den cuenta de lo difícil que es vivir cuando no se quiere vivir, las ediciones baratas de los best sellers gringos del momento, el ejemplar ya mohoso de "Le Monde", en fin, una librería más en un aeropuerto más. Sólo el aburrimiento mortal de los aeropuertos y las amables palabras de quien supongo es el dueño de la tienda me llevaron allí. Pensé en preguntar por uno o dos libros–que hasta los momentos no he conseguido en ningún lado, ni siquiera en la editorial que los imprime– y salir inmediatamente del sitio, pero por segunda vez en un minuto la amabilidad con que me atendía el señor me cambió los planes. Después de una tranquila y agradable conversación sobre lo humano y lo divino, me comenta con tono de quien hable sobre un familiar enfermo, que García Márquez se está muriendo.

- Si, supongo –respondí sin pensar mucho en el asunto-. Ya no es un niñito, tiene unos cuantos años encima. Seguro que es cáncer de tanto fumar, o alguna complicación del hígado.
- Si, es el cáncer. ¿Sabes que publicó una autobiografía? Aquí tengo la primera parte.

En ese momento recordé, como quien no quiere la cosa, la parranda de su muerte, pensado “Este libro va a estar bueno. Lástima que se tenga que morir para echar ese cuento”, y lo compré. Para mi sorpresa, su precio era mucho menor que de lo esperado, ese día aprendí que a Bolivia llegan libros de toda hispanoamérica y es el sitio más barato para compara libros, supongo que por el contrabando y por las ediciones no autorizadas que luego me dí cuenta se venden en cualquier parte, y llevé conmigo no sólo ese libro, sino también otros tres. Es una costumbre que no he perdido, y cada vez que voy a esa querida tierra, me devuelvo cargado con la literatura que de otro modo no podría comprar.

Después de unos pocos minutos de conversación con el amable librero, salí apurado de allí y me fuí a buscar un asiento en la sala de espera para leer el libro. Estaba ansioso de leer el cuento de la parranda, como si ya supiera de antemano de qué se trata el libro. Por supuesto estaba equivocado, el libro no es el cuento de su muerte, es el cuento de su vida.

La pequeña desilución de no encontrar por ningún lado la apoteósica parranda fue compensada con creces por una deliciosa narración de su juventud, de los seminarios, de sus amores, de sus inicios como escritor, del origen de sus novelas, de su humanización: ya no es el inalcanzable escritor, es el ser humano que cuenta los azares de su vida. En esas estaba, metido de cabeza en la lectura, volando a varios miles de metros en un avión que parecía caer y sin embargo me sentía transportado a la Bogotá de 1948, cuando me encontré con la descripción más veraz, y a la vez más deshonesta que he leído sobre los aciagos días en que Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado.

Y es deshonesta porque García Márquez trata de contar su verdad con la óptica del muchacho recién llegado a la capital que ve los acontecimientos como un observador imparcial, como si 55 años no hubiesen pasado, como si no fuese evidente que usa sus dotes de excelso narrador para tratar de hacernos ver que todos los males de Colombia fueron el resultado del asesinato de Gaitán, en una prosa que a ratos parecía un panfleto redactado en La Habana, que destilaba sus ideologías, sus anhelos, pero también sus apetencias políticas.

Así como la Gran Guerra no fue el producto del asesinato de un archiduque sino la consecuencia de muchos otros factores convergentes en ese evento, los males de Colombia no son el resultado del asesinato de Gaitán, son el resultado de miles de asesinatos, de años de corrupción, de pobreza mental, de sed de poder de todos los que han pasado por los poderes públicos, de todos los que han tenido el poder y el dinero que da el negocio del terror, del secuestro y del narcotráfico, que se han producido en Colombia desde dejó de ser una colonia española. Como si no se ha demostrado una y otra vez que la utopía de la izquierda no es realizable, así como no es realizable la utopía de la derecha. Como si no supieramos ya que los héroes son el fruto de los autores que ensalsan sus virtudes, en vez de mostrarlos como los humanos que fueron, que los modelos socioeconómicos exitosos no se rigen por una ideología, sindo por el pragmatismo y la justicia social, como si no tuviesemos décadas proclamando la crisis de nuestros países a la vez que seguimos comentiendo los mismos errores. A pesar del difícil entorno para el desarrollo humano, Colombia es actualmente, después de Chile, el país de latinoamerica con la economía más estable, con los niveles educativos más altos, con niveles de desarrollo humano en franco crecimiento, desde la caída de los grandes narcos. Basta darse una paseadita por las ciudades, por Bogotá, por Medellín, por Cali, pero también por los pueblos que tradicionalmente han sido dejados de lado por los gobiernos de turno, para palpar la mejoría muy visible en la calidad de vida del hombre de a pié. Y todo esto a pesar del rechazo que tiene en la población medidas muy poco populares de Uribe tales como la extensión de los años de vida laboral del trabajador, del pago de impuestos sobre las pensiones, de los recortes de los gastos en la administración pública, de la ampliación de la alianza con los Estados Unidos en el combate contra la guerrilla y el narcotráfico. Rechazo que, si bien es muy real, no representa lo que dice el empresario, el trabajador y el nuevo empleado de la fábrica que no conseguía trabajo desde hacía cuatro años. Incluso mis allegados más críticos de Uribe están de acuerdo que el rumbo trazado es el correcto. El problema es que “este man no ha sabido suavizar el impacto de sus medidas, parece que no quiere seguir en la política cuando salga de la presidencia...”.

En este entorno nos encontramos con la visita de la Gloria Gaitán, hija del Jorge Eliécer Gaitán que fue asesinado por los gobernantes de turno, el héroe de García Márquez y de la izquierda latinoamericana. Ella viene a Maracaibo a hablarnos del maquiavélico plan de los Estados Unidos para invadirnos y adueñarse de nuestros países, de su disposición personal a participar en la política venezolana para reconquistar la gobernación del Estado Zulia a manos de un militar con cojones para que se oponga a los deseos de Washington, de los vínculos del gobierno venezolano con la guerrilla colombiana, y de la única verdad a medias que dijo en su intervención: “Porque mientras Gaitán esté en las memoria de los colombianos no habrá paz en Colombia”. Tiene toda la razón, mientras en la memoria de los colombianos se mantengan los caudillos como la solución a los problemas, no habrá paz en Colombia. Más lamentable aún fue la degeneración del discurso en la alabanza del también asesinado Salvador Allende, olvidando que Chile como sociedad ahora reconoce sus dos errores políticos más grandes: el haber creído en la izquierda, y el haber creído en la derecha. Las bajas pasiones políticas se tradujeron en demasiados años dictadura, represión y muertes. Afortunadamente la locura parece haber dado paso a la racionalidad, aunque las heridas tardan aún en sanar, la mejoría es notable.

No es abrazando ideologías ni caudillos como construiremos nuestros países, no debemos acabar con los disidentes, no debemos buscar nuevos caudillos que reemplacen a los que ya se han ido. Sólo con una democracia responsable, un plan de país salido del concenso de todos los integrantes de nuestras sociedades, con políticas de estado coherentes y estables, y con la aplicación cabal de las leyes podremos entrar en el sendero de la reconciliación de nuestros coterraneos y del desarrollo sostenible.

Hablando de reconciliaciones, estoy esperando mi viaje de la próxima semana a Bolivia. Espero que el segundo tomo de la biografía de García Márquez ya halla sido publicado, y espero poder reconciliarme con uno de mis autores favoritos de la Lengua Española.

1 comment:

Fa said...

bien decido, broder. I miss u.