
A todo el mundo le gusta decir que eso de "viajar es sabroso". Pero cuando uno anda de trabajo, y no de vacaciones, la cosa cambia.
Por ejemplo, hoy llegué a Amsterdam a la 8 de la mañana y me he conseguido con un aeropuerto que no tiene nada que envidiarle a La Bandera: un peo de gente, desorganizado, y la gente de atención de KLM con cara de culo.
Lo bueno es que ya pasó, y ahora sólo tengo que estar aquí en el aeropuerto hasta la 8 de la noche, para coger el vuelo a Cairo, y llegar a las 2 de la mañana. De pinga, pues.
Ahora, tengo que reconocer que lo bueno de viajar es el servicio en el cuarto. Nada de recoger sábanas, y uno pide la comida por teléfono.
Flojera alante, pués.
Nota después de cuarenta y ocho mil horas esperando el próximo vuelo: por fin me voy de esta mierda, nojoda. Menos mal que la cerveza es buena aquí.
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